En Life!Cuenca hacemos un repaso por las minas del yeso vidrioso que recorren la provincia, fruto del legado romano que sigue sin emborronar sus huellas, con un recorrido histórico que se remonta a la Edad Antigua.
Si evocamos al Imperio Romano y recordamos la materia prima que emplearon para la construcción de ventanales o el aislamiento de las termas, Cuenca y su ruta de las minas de lapis specularis es una parada obligatoria. Algunos yacimientos mineros de los que se extraía el material no han llegado a vaciarse pese al alto valor al que se cotizaban las láminas, pues los romanos empezaron a utilizar un vidrio que abarataba las manufacturas, aunque de inferior calidad. Esto ha permitido que en muchas minas todavía podamos encontrar muestras de lapis specularis traslúcido e incrustado en la roca. En otras, sin embargo, la explotación llegó a ser tan exhaustiva que abandonaron las galerías en pos de nuevos espacios y las minas adquirieron diversos usos.
La economía de la zona conquense se revalorizó por la calidad del material y por la conexión entre Ercávica y Segóbriga, dos puntos clave del Imperio Romano. De hecho, alrededor de Segóbriga discurrían casi 150 km de minas que les proporcionaban uno de sus bienes más preciados. La Ruta de Cristal de Hispania pasa por Cuenca desde Ercávica a San Clemente en un trazado vertical que nos guía por los distintos enclaves donde todavía podemos visitar las minas. En Life!Cuenca hemos recogido algunas de ellas:
Osa de la Vega
Tras su reapertura el pasado 31 de julio, Osa de la Vega ha recuperado su habitual trasiego. Se cree que fue una de las primeras minas en ponerse en funcionamiento, al encontrarse a tan solo 20 minutos de Segóbriga, epicentro de la actividad romana en España. En tan solo dos siglos fue explotada, agotada y abandonada. Los minados se reparten entre el paraje Las Horadadas y el de Las Obradás, que brillan por los restos de espejuelo que todavía se incrustan en la superficie.
La vida bajo tierra de las minas conecta los entramados trazados para la extracción de lapis specularis. La mina de “La Condenada” se posiciona como una de las más estudiadas de la provincia por arqueólogos como Francisco Suay y como uno de los espacios mineros más extensos y reconocidos de la región. En su interior se atesoraba una joya romana de gran valor formada por monedas visigodas, lo que certifica que existieron diversas fases de ocupación. Las riquezas estaban selladas, pero el paso del tiempo y el deterioro de la tierra por las filtraciones del agua mostraron un pequeño resquicio de la vía de acceso que fue suficiente para empezar a excavar.
A posteriori, se transformó en una necrópolis e incluso se utilizó como refugio cuando los habitantes de la zona vivían tiempos dificultosos, como por ejemplo durante las persecuciones de la Santa Inquisición o incluso de la Guerra Civil. Los recuerdos quedaron tallados en las paredes por los prófugos que allí se escondían.
Los recovecos de “La Condená” nos adentran en unas galerías divididas en tres zonas conectadas entre sí por escaleras, galerías y rampas, adaptándose a la deformidad de la roca. Junto a la mina podemos encontrar unos 25 minados más, aunque muchos de ellos se encuentran hundidos y, por tanto, sin acceso, con itinerarios de menor recorrido.
En las inmediaciones del recinto se encuentra el “Centro de Estudios e Interpretación de la Minería Romana”, donde se desarrollan actividades para el estudio del enclave y se preparan exposiciones. También se halla un área minera en “Los Espejares” y un pozo de extracción, todo ello señalizado con paneles gráficos con información para conocer en profundidad el lugar habitado durante la supremacía romana.
Existe otra mina conocida como “La vidriosa”, así como los asentamientos mineros de Cerro de los Santos y los Quintanares.
Huete
Las Cuevas del Sanabrio en Huete pertenecen a la Ruta del Cristal de Hispania. Mezclando la leyenda y el misterio, debe su nombre a una historia de origen desconocido que tenía como fin evitar que los niños se acercaran al pozo, pues se decía que en su interior se instaló un señor llamado Sanabrio, Sanario o Tío Saín, de aspecto desaliñado e intratable. Gran parte del mineral se dejó en bruto porque no existían planchas de tales dimensiones para abarcar sus cristales.
Como novedad, nos podremos encontrar con una “cata”, zona donde no se podía obtener el material debido a que era un lugar de difícil extracción o el material se encontraba en porciones demasiado pequeñas. Precisamente gracias a que los minerales situados en las catas no fueron explotados por los hombres, ahora podemos viajar en el tiempo e imaginar cómo eran las minas antaño, colmadas de espejuelos brillantes y traslúcidos.
Dentro del complejo, la mina “Máximo Parrilla” es la más extensa, con 300 metros de laberinto subterráneo, aunque el recorrido en sus orígenes tuviera un alcance mucho mayor, pues hay zonas que se hallaron ya obstruidas. Curioso es su nombre y la historia que encierra detrás. Máximo fue un republicano refugiado durante la Guerra Civil que se suicidó tras el triunfo del bando contrario al finalizar el conflicto bélico, según los documentos oficiales de la época.
Sus galerías se extienden principalmente en el plano horizontal, aunque con ciertos desniveles. Se cree que algunos de los pasadizos taponados llegaban hasta la otra cueva principal: la mina de “los Cuchillos”, con solo 60 metros de recorrido para los visitantes. En su interior nos encontraremos con una gran sala que mantiene todavía un pilar de cristal de yeso en el centro.
La Cueva de los Cuchillos y la de Máximo Parrilla permanecen abiertas al público. El resto de las minas en las inmediaciones de Las Cuevas del Sanabrio no tienen acceso y la mayoría se encuentran erosionadas, pero aun así podemos conocer la magnitud y la importancia del enclave.
Torrejoncillo del Rey
La mina de la Mora Encantada nos permite acceder a dos de sus tres niveles de explotación minera, pues el que se encuentra a una mayor profundidad suele inundarse con frecuencia y a él solo pueden descender personas expertas en la materia. Se buscaba un tesoro que, según la leyenda soñada por un vecino del pueblo, se expandía por el cerro y, en su empeño por encontrarlo, se topó con uno de los pozos romanos subterráneos. Su descubridor se llamaba Pedro Morales y en su interior cuentan con una sala dedicada a su figura, mismo lugar donde se solía llevar el material para subirlo a la superficie a través de un pozo.
Pedro Soñaba con un tesoro entre algodones de cristal, y razón no le faltaba. Continuó incrementando la leyenda del enclave, que debe también su nombre a la supuesta aparición de una joven mujer mora en las noches de San Juan hasta que un día, mientras peinaba su cabellera, se encontró con un hombre, se asustó y nunca más volvió. La pugna por su amor la disputaban un moro y un cristiano y, debido a la muerte de ambos, el espíritu de la mora vagaba sin rumbo por el cerro tras su suicidio.
Si seguimos galerías abajo veremos un segundo pozo que tomaba las funciones de respiradero, pues las vías excavadas no se caracterizaban precisamente por poseer espacios ventilados. Las minas llevan abiertas desde 2015 y al principio creyeron que eran solo cuevas. La calidad de sus cristales les convirtió en un centro de producción relevante, conectado con Cartago Nova, accediendo incluso a ciudades romanas de la magnitud de Pompeya.
Torralba
Los megacristales de Torralba, pese a sus imponentes dimensiones, estaban formados por un material más impuro y gran parte del mineral de estas tierras no llegó a extraerse. “Pozolacueva” nos conduce por una ruta circular que permite apreciar el mastodóntico tamaño de los yesos enrocados.
Sin embargo, su transparencia ha quedado relegada por un color ennegrecido fruto del fuego que pobladores posteriores hacían en el interior de la mina. Esto ha servido para que las inscripciones que realizaban en las paredes aguantaran mejor el paso del tiempo y hoy podamos disfrutar de esas huellas, que se erigen como verdaderos testimonios de la vida y de la historia.
En 2017 se diseñó un acceso horizontal para poder mostrar al público la belleza vidriosa que esconde la madre tierra en Torralba, con más del 50 por ciento de su potencial minero son extraer.
Los yesos cristalinos reflejan en sus superficies la vida romana a su paso por Cuenca. El lapis specularis fue conocido como el espejo sobre el que se reflejaba la economía romana. La vorágine que rodeó al material en un periodo de tiempo breve pero intenso provocó el abandono de las minas, que ahora lucen menos brillantes que antes pero que han permitido que podamos descender hasta el subsuelo para conocer su ingenio. Sus inscripciones en las paredes y el polvo que se levanta a nuestro paso hacen que reluzca el viaje en el tiempo en el que nos adentramos cuando paseamos por las vetustas galerías.