Los pasos de los que anduvieron sobre la tierra de Moya han forjado una historia repleta de capítulos, elevados sobre lo que hoy son polvorientas calles rodeadas de sólidos muros, y vivencias indelebles al paso del tiempo. Hoy en Life!Cuenca nos adentramos en esta hermosa zona de nuestra provincia.
En la llanura que se extiende al este de la provincia de Cuenca, se alza un lugar que ha sido parte activa de la historia de nuestros antepasados, decenas de pueblos que fijaron su mirada en una localización tan privilegiada como lo es el paraje de Moya. Con asentamientos que datan de la Edad de Bronce, sus suaves colinas han supuesto, a lo largo de los siglos, un ansiado hogar al que regresar, la morada donde hallar el mejor de los consuelos.
La crónica de Moya, como si de una serie se tratase, ha ido pasando por diferentes capítulos a lo largo de su trayectoria. El atractivo, que todavía hoy conserva, atrajo hacia sus recónditos confines a pueblos muy diferentes entre sí, en el curso de los siglos. Como sacaron a la luz diversas excavaciones llevadas a cabo a finales de la década de los 80 del siglo XX, los primeros restos de vida humana datan de unos 1.500 años antes de Cristo, en la ya nombrada Edad de Bronce. Pero son muchos los rescoldos que hablan de un enorme desarrollo de la zona en siglos posteriores, como en la Edad de Hierro. La fatua Fortuna quiso que, con el paso de diferentes épocas, reinos y señoríos, Moya quedase en la encrucijada geográfica que une y separa, las provincias de Valencia, Teruel y Cuenca. Este privilegiado lugar, una vez más, llamó la atención de los más poderosos del momento: Moya fue poblada por Alfonso VIII, Fernando III le otorgó fueros; famosas fueron también sus relaciones con los Reyes Católicos o su vinculación con el poderoso marquesado de Villena.
A pesar del esplendor que iluminó las arterias de la Villa de Moya, con el tiempo vino también su decadencia, hasta llegar a lo que conocemos hoy de ella. Los rescoldos de un pasado que llego a arder en llamas, como una antorcha que indicaba el camino a seguir de todo un pueblo, hoy forman las ruinas de un pasado resplandeciente. Los últimos vecinos de la antigua villa medieval dejaron sus casas en el ecuador del pasado siglo, esos que todavía a día de hoy siguen recordando lo dura que era la vida en aquel entonces, cuando no tenían ni luz ni agua, pero también reconocen que todo lo que aprendieron en su ahora lejana juventud fue entre esos muros que hoy se resquebrajan con el paso del tiempo. Poco después de abandonar la Villa como hogar, fueron muchos los que desmontaron las antiguas casas para vender los ricos materiales con los que habían sido construidas en el pasado.
En la actualidad, Moya se ha convertido en un municipio conformado, a su vez, por la Villa de Moya, el Castillo de Moya y cuatro pedanías distintas, y habitadas, todas de gran belleza, conocidas como El Arrabal de Moya, Santo Domingo de Moya, Los Huertos de Moya y Pedro Izquierdo de Moya.
El recuerdo de las pisadas que abren la senda a la entrada de Moya, vienen acompañadas por las murallas de la antigua ciudad medieval. Desde el inicio de nuestro camino ya pueden apreciarse las célebres Ruinas de Moya, unos restos arqueológicos de gran relevancia en la provincia de Cuenca, que fueron declarados Monumento histórico-artístico en el año 1982. El antiquísimo trazado urbano, sinónimo de los posos del ayer, muestra una enorme riqueza de monumentos y estructuras arquitectónicas de incalculable valor, entre la que destacan los restos del alcázar, históricas iglesias y conventos que, décadas atrás vivieron sus mejores años.
Entre todos los mágicos lugares que podemos recorrer en nuestra visita a las Ruinas de Moya, destaca el espíritu medieval del Castillo de Moya, también conocido como el Castillo de los Bobadilla. Situado sobre el Cerro de Moya, sus antaño impenetrables muros han sigo testigos de la pugna de distintos pueblos por llegar hasta él, mudo actor que se volvió protagonista. Que su magnífica estructura pueda divisarse desde diferentes puntos del lugar no es algo casual, debido a su fundamental cometido defensivo, el Castillo se eleva sobre el municipio, mirando sobre la testa de todos aquellos amigos o enemigos que posaran sus pasos por sus inmediaciones.
De difícil acceso, el Castillo fue separado de la Villa por un enorme foso, además de ser rodeado por el antiguo recinto amurallado, que tenía como propósito resguardar el conjunto de la Villa. Por si esto fuera poco, sus muros están respaldados por dos líneas defensivas propias, además de ofrecer una entrada al patio de armas resguardada bajo la influencia de dos torreones apostados a sus lados. Pero esta histórica fortificación, que ha llegado a nuestros días, no sólo destaca por su poder defensivo, sino que su hermosura arquitectónica embelesa y enamora la mirada de los visitantes. El robusto arco de medio punto acoge a esos amigos del arte y de la historia, y abre la entrada al castillo, precedida por la enorme Torre del Homenaje, que todavía a día de hoy preserva las dos pequeñas ventanas, propias de una construcción de su estilo y antigüedad.
Hubo un día en el que, al aparecer el Sol sobre los despejados cielos de la Villa de Moya, el mundo cobraba vida con el ajetreo de sus gentes, que se levantaban día tras día llenando las calles de vitalidad. De eso hace mucho ya pero, tiempo atrás, Moya contó con siete iglesias, entre las que destacaron la Iglesia de San Miguel, la de San Bartolomé o la de Santa María la Mayor. Esta última, de soberbia arquitectura, que data del siglo XII, ha sido rehabilitada y muestra su orgullosa espadaña herreriana a todo aquel que mira a las añiles alturas de Moya. El latido constante de su reloj hace recordar el encanto en el que un día vivieron sus muros. Frente a ella, la casa del Ayuntamiento, que en otros tiempos fue el granero municipal, sigue sólidamente sobre el suelo, al haber sido restaurada años atrás.
No obstante, las historias de los que allí vivieron susurran en el viento que el templo más impresionante fue el de San Bartolomé, del que se dice que era como una catedral de breves dimensiones. Por desgracia, este edificio se encuentra en ruinas, aunque sus restos aluden a una estructura marcada por las bóvedas de crucería en planta de cruz latina. Durante años se ha barajado el proyecto de restaurarla para reconvertirla en un centro de interpretación.
Fundado por los hermanos Zapata en el siglo XVI, el Hospital de la Madre de Dios levantó sus muros para atender a mendigos y menesterosos, aunque en la actualidad sólo podemos desfrutar de las ruinas de parte de la fachada. Otros de los escenarios que bien merecen un viaje a la Serranía conquense son: el cementerio local, levantado sobre las ruinas de la antigua Iglesia de San Miguel, la restaurada Iglesia de la Trinidad, el Convento de la Concepción franciscana o el recinto fortificado de La Coracha, que contiene la torre del Agua y la torre de San Roque.
El gran legado material que dejaron nuestros antepasados ha ido resquebrajándose con los años, acuciados por el pasar del tiempo. Los conflictos históricos que desplazaron su campo de batalla a las cercanías de Moya hicieron el resto. Sin embargo, resguardar el valioso patrimonio que hemos heredado de tiempos pasados es un deber que debemos materializar en el presente. El pasado once de marzo la Diputación de Cuenca dio por comenzadas las obras de restauración de distintos recintos de Moya, que esperaba centrarse en la recuperación de la Torre del Homenaje y la muralla del conjunto histórico. El objeto de la operación pasaba por las labores de limpieza del entorno, el estudio de la riqueza arqueológica del lugar y consolidar los muros y reforzar la solidez de la mampostería de sus paredes. Esperamos que este tipo de acciones tengan continuidad en el tiempo y no perdamos esta inigualable herencia material e histórica por no saber apreciar las maravillas que ocultan las tierras conquenses.
Hace años que la vida se apagó en los callejones de la Villa de Moya, cuando el último de sus vecinos dejó de morar su hogar. Sin embargo, hay momentos en el que la llama vuelve a iluminar el alma del lugar, cuando llegan las fechas señaladas que llenan las antiguas calles de vida, aunque sea solo por unas horas. Es en momentos puntuales, como en el día de Cristo, o cada siete años en el Septenario de la Virgen de Tejeda, cuando los colores de la vida desbordan los tejados de Moya. Con la decadencia del lugar, fueron muchas las fiestas que dejaron de celebrarse y quedaron en el olvido, sin embargo, estas dos han sobrevenido al paso del tiempo.
Los Septenarios en Moya, que llevan celebrándose desde el año 1639, trasladan, en una romería multitudinaria, la imagen de la Virgen de Tejeda desde su morada habitual, el santuario de Garaballa, hasta el corazón de Moya, donde latirá en la iglesia de Santa María hasta ser devuelta en procesión. Del 16 al 26 de septiembre, la Virgen permanece en Moya, jornadas en las que se conmemora el favor que la Virgen realizó al pueblo en el año 1623, cuando salvó al lugar de una sequía que asediaba a sus vecinos, mayoritariamente agricultores y ganaderos. Posteriormente, la Virgen de Tejeda es portada de vuelta al santuario donde descansará siete años hasta el próximo septenario.
Nuestros pasos se alejan de Moya, emprendiendo un nuevo camino que nos hará detener la mirada en parajes que acojan más tesoros de nuestra provincia. A lo lejos, el reloj de la Villa sigue marcando, incansable, el paso del tiempo, en un mundo que parece haber detenido su vaivén en un instante eterno.