Cuando se están a punto de cumplir tres meses de la retirada de las tropas de Afganistán, desde Life!Cuenca recogemos el testimonio de un soldado conquense perteneciente al Ejercito de Tierra de España que ha estado de misión en la base de Qal?eh-ye Now y ha vivido desde dentro la barbarie que sufre en este país.
Su testimonio es sobrecogedor. Desgarrador. La impotencia asoma por sus ojos aunque es capaz de contener la rabia. Su misión en Afganistán comenzó con temor, como cualquier soldado del Ejército que viaja a un punto conflictivo, pero con optimismo y muchas ganas de contribuir en mejorar la calidad de vida de este país. Llegó a la base de Qal’eh-ye Now con la confianza de poder salvar vidas y salió de ella con un objetivo: sobrevivir.
Después de seis meses intensos y muy duros física y psicológicamente, tocan unas semanas de vacaciones, de desconexión. En muchos casos apoyados por el gabinete psicológico del Ejército; otros ayudados por el calor de la familia y los amigos que alivian el desasosiego. Pero nada te hace olvidar lo vivido y la frustración por no haber podido hacer más.
Una impotencia que ahora todavía es mayor tras la retirada de tropas internacionales que, en las últimas dos décadas, han contribuido a mantener la calma en Afganistán. Entre ellas, España y su Ejército.
Y es que, por mucho que conociéramos la situación de Afganistán por lo que nos llega por los medios de comunicación -no alcanza ni al 10 por ciento de la realidad- nada nos hace presagiar el testimonio que nos va a contar un militar del Ejército de Tierra, natural de Cuenca, que ha participado en distintas misiones a lo largo de su trayectoria, pero que sin duda la de Afganistan es la que más le ha marcado. A él y posiblemente a gran parte de sus compañeros, porque además de ser uno de los países con mayor pobreza del mundo y con una situación lamentable, la violencia que sufren las mujeres y los niños afganos es desgarradora.
Según nos cuenta este militar, “quitando las dos o tres ciudades más grandes, en las que hay más movimiento y más dinero, porque allí todo se mueve por el dinero, las aldeas viven en una situación precaria. Son poblados con casas de adobe y una parabólica, sin prácticamente ningún recurso ni otro modo de vida que no sea el campo”. No podemos olvidar que según la Organización de Naciones Unidas, los afganos se encuentran entre los que peor calidad de vida tienen del mundo, siendo casi la mitad de su población la que vive por debajo del umbral de la pobreza.
Allí no impera la LeyComo explica a Life!Cuenca este soldado del Ejército, “la tierra de este país es caliza, ten en cuenta que en invierno está a temperaturas muy bajas y en verano muy altas, entonces el campo no da para mucho, las pistacheras y poco más. Además cuidan algún animal. Por eso la actividad en los poblados no va mucho más allá de esto, de ahí que vivan en situación precaria”. Lo demás, explica, son todo negocios ilegales de contrabando de armas y de drogas, apoyado por la corrupción. Allí no impera la Ley.
De los servicios básicos como la educación y la sanidad mejor casi ni mencionarlos, lamenta este conquense, ya que el acceso a los centros de salud y los medicamentaos está muy limitado, y la oferta educativa es escasa, además del altísimo abandono temprano.
Aunque sin duda, quien se lleva la peor parte, son las mujeres y los niños. “Las vejaciones que sufren son inauditas, la primera vez que lo ves no te lo puedes creer; no es la represión la que te impacta -que la hay y mucha-, es la violencia hacia ellos que son brutalmente castigados y vejados. Allí solo prevalece la verdad del hombre y se desprecia la vida de las mujeres y de los niños, que valen cero”.
Los niños bailarinesEspecial conmoción le dejaron los ‘Bacha Bazi’ (niños bailarines), varones de pocos años de edad que son obligados a acompañar a los imanes, convirtiéndose en sus esclavos; les hacen bailar maquillados y vestidos como mujeres en las fiestas y son sometidos a actos pedófilos.
Niños que, como nos cuenta este soldado conquense, quedan traumatizados de por vida y acaban convirtiéndolos en adultos sin escrúpulos peor que sus mentores, si es que no pierden su vida antes, bien porque son desechados o bien porque mueren en atentado suicida. Una práctica que tiene su origen en la pobreza de país pero que hay sido mal aprovechada pese a los intentos internacionales de frenar esta barbarie y hacer prevalecer los derechos de la infancia.
Según nos explica, el primer impulso -por nuestra mentalidad y nuestros valores- es interceder y ayudar tanto a las mujeres como a los niños cuando son maltratados en público, pero hay que contenerse. “Es muy duro. Tienes que aguantarte. Por menos de nada se lo toman como una ofensa y creas un conflicto”, nos relata.
Ante este panorama tan desolador y con tantos frentes abiertos, es donde el Ejército ha desarrollado una labor encomiable, tanto de seguridad como humanitaria durante los últimos 20 años. Hasta allí se han desplazado 27.000 militares españoles y 102 han fallecido en acto de servicio –nuestro reconocimiento hacia ellos-. Durante estas dos décadas, han realizado 28.000 patrullas, recorrido más de tres millones de kilómetros, llevado a cabo 1.400 misiones de desactivación de explosivos y adiestrado a más de 13.000 militares afganos.
Y así, una tras otra, situaciones que con el paso de los días te hacen perder la esperanza y eso, puntualiza, que en esos momentos estaban las tropas internacionales. Pero ¿y ahora? ¿se agravará más la precariedad de Afganistán y la situación de las mujeres y niños? La respuesta de nuestro testigo es rápida: sí. Y en su expresión asoma la impotencia, la rabia, la desazón. Tantos años intentando reconducir la situación de este país para nada, para ahora retroceder décadas atrás
Más corrupción. Más represión. Más miedo“Las mujeres, por ejemplo, habían empezado a vivir con menos restricciones, tenía más libertad dentro de lo que hay, obviamente. Pero ahora se le anularán los pocos derechos tenían, serán más reprimidas, no podrán salir ni a comprar sin su marido; imperará más la palabra del hombre. Las escuelas serán un lavado de cerebro y se centrarán solo en enseñanzas del Corán y dejarán de aprender otras materias básicas como las matemáticas. Habrá más pobreza, y ya era difícil. Más corrupción. Más represión. Más miedo…”.
Sin duda una realidad que supera, y con creces, cualquier ficción. Solo el que ha estado allí, el que lo ha vivido desde dentro, el que ha sido testigo de esta barbarie, el que ha llegado a hacer lazos de amistad con los afganos, el que aún queriendo borrar esta experiencia la ha guardado en su interior. Solo ellos son capaces de comprender lo que el futuro más inminente deparará a los 38 millones de habitantes que viven en Afganistán.